domingo, 27 de marzo de 2011

Tender

Quiero recordar este momento, pensé, pero sin decirlo en voz alta.
Estábamos sentados en el suelo, con las piernas cruzadas, uno frente al otro, y su mano izquierda descansaba entre las mías. Yo acariciaba la palma con las yemas de mis dedos tratando de hacerle cosquillas, pero desgraciadamente sin conseguirlo. Él me miraba fijamente a los ojos, pero yo, turbada, bajaba la mirada a menudo. Me moría de ganas de desplazar la mano fuera del perímetro que yo misma había fijado, recorrer su brazo y acabar enroscándola entre su cabello despeinado y ensortijado en algunas zonas, de ese tono dorado adquirido por el reflejo del sol. Después bajaría por su nuca, su espalda, y volvería a subir hasta sus mejillas, su nariz... Cuando me dí cuenta llevábamos ya un rato sosteniéndonos la mirada, y él me sonreía mientras yo premanecía embobada contemplando esos ojos castaños. La noche comenzaba a caer, y el frío se presentó en un ligero escalofrío, tras el cual, él agarró mi mano y me acercó a su pecho, acogiéndome entre sus brazos, acunándome suavemente. La gente que había alrededor ya se iba, pero nosotros no nos levantamos. Allí nos quedamos, alargando ese momento incomparable y maravilloso, que, siendo tan simple, hizo girar mi vida 180 grados.
                                                                                                                    Inma *

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