sábado, 26 de noviembre de 2011

It smells it's going to rain

-Parece que va a llover -un chico caminaba junto a una chica, con las manos en los bolsillos, levantando la vista hacia el cielo gris que se oscurecía cada vez más.
-Sí, eso parece -dijo ella, viéndolo por primera vez. Ni siquiera se había dado cuenta de que iba junto a ella. 
Él la miró a los ojos y le sonrió. Ella sonrió.


El cementerio estaba prácticamente desierto. Había muy poca gente visitando a sus seres queridos. Entre aquel silencio, un anciano se abría camino a pasos lentos y cortos, apoyándose en un bastón. Parecía cargar sobre sus espaldas con toda una vida de dolor. Nadie reparó en él. Nadie parecía conocerle. En su mano izquierda llevaba una única rosa roja sin espinas. Sabía muy bien a dónde iba, y no necesitaba guiarse por los números de las calles o por alguna señal que indicase en cuál debía detenerse. Había recorrido ese camino demasiadas veces. Giró hacia la derecha y se detuvo frente a una de las tumbas centrales. Contra la piedra blanca que, misteriosamente, permanecía impoluta, destacaba la foto en blanco y negro de una chica joven que sonreía. No debía tener más de 30 años cuando fue tomada y, sin embargo, los ojos parecían los de una niña. Sobre la lápida se leían su nombre y las fechas de inicio y final de su vida. El anciano sonrió al contemplar su rostro. Suspiró y dejó escapar una lágrima que no fue recogida.
-Siento no venir muy a menudo -murmuró, intentando que nadie de los que había a su alrededor pudiese oírlo-, pero cada vez me cuesta más andar y mis débiles rodillas casi no soportan mi peso, me duelen mucho. Aún así, hoy es tu cumpleaños y no podía dejar de venir a visitarte. Felicidades, cariño.
Hizo una pausa, recordando esos días 3 de enero hacía más de cincuenta años, cuando aún se recordaban felizmente. Esos recuerdos lo desgarraron por dentro, cada vez que pensaba en ellos deseaba ir a hacerle compañía a donde quiera que estuviese.
No habían podido compartir muchos buenos momentos juntos. Jamás podría pensar en el día de su boda, el nacimiento de sus hijos ni en el de sus nietos, porque nunca habían ocurrido. Nunca podría irse a la cama feliz, sin llorar, porque el otro lado de la cama estaba frío y vacío, y ella yacía tirada en el asfalto, cubierta de sangre, diciéndole: "Jake, te quiero, y siempre te querré... siempre" con esa voz tan débil que casi no entendía. Nunca dejaría de sentir dolor.
Sus ojos vidriosos le impedían ver el rostro de su amada, pero no lo necesitaba; era capaz de recordarlo nítidamente. Parecía estar viéndola junto a él, con sus blancos brazos abrazándolo por la espalda como solía hacer, dándole un fugaz beso en el cuello y haciéndole cosquillas con su melena castaña. Esa visión hizo que necesitara apoyarse en el bastón aún más fuerte, o de lo contrario caería. 
Se inclinó todo lo que sus deterioradas piernas le permitieron y depositó la rosa sobre la tumba. Besó su mano y la apoyó en ella.
De pronto, un trueno rugió a lo lejos y, levantando la vista hacia las nubes negras, murmuró:
-Vaya, Rose, parece que va a llover.
                                                                                             Inma*

sábado, 5 de noviembre de 2011

Matar a un Ruiseñor

(...)
-No, todo el mundo tiene que aprender, nadie nace sabiendo. Walter es tan listo como le permiten sus circunstancias; a veces se retrasa porque tiene que quedarse en casa a ayudar a su padre. No tiene ningún defecto. No, Jem, yo creo que sólo hay una clase de personas. Personas.
Jem se volvió de mal humor. Cuando se sosegó tenía el semblante nublado. Se estaba hundiendo en una de sus depresiones, y yo me puse recelosa. Sus cejas se juntaron; su boca se convirtió en una línea estrecha. Durante un rato estuvo callado.
-Eso pensaba yo también -dijo por fin- cuando tenía tu edad. Si sólo hay una clase de personas, ¿por qué no pueden tolerarse unas a otras? Si todos son semejantes, ¿cómo se salen del camino para despreciarse unos a otros? (...)






                         Este texto pertenece al libro "Matar a un Ruiseñor", de Harper Lee, que recomiendo 
                         a todo el mundo. Me pareció interesante esta reflexión, y teniendo en cuenta que últimamente 
                         no tengo tiempo ni para respirar, aprovecho para compartirla con los que me leáis. :)