martes, 17 de septiembre de 2013

Dreaming romance

Dormía para soñar, rezando por poder alargar las noches que pasaban demasiado rápido. Se despertaba ahogando su nombre, ocultando los sollozos con la mano. Se hallaba agarrando la almohada, los nudillos blancos por el esfuerzo, y las uñas desgastadas de arañar con sigilo las sábanas. Abría los ojos y perdía la sonrisa cuando aquel que veía a su lado no era quien aparecía en sus sueños, y cerraba los ojos con fuerza intentando continuarlos. Aún sin mirar, oía esa respiración y veía su pecho subiendo y bajando a compás. Sentía las caricias e imaginaba que venían de otras manos. Despertaba cada mañana para volver a dormir, y a soñar con él.

Inma



lunes, 15 de abril de 2013

The Unsinkable

La mortífera acompañante se acercaba lentamente, en silencio y con suavidad. Tan transparente y moldeable que parecía inofensiva. Pronto chocó contra mis pies, pero eso no la frenó; los rodeó y siguió avanzando. Sentí su temperatura helada entre mis dedos, en las plantas, como cuchillos cortándome. Mi respiración, ya acelerada, se tradujo en un continuo flujo de aire que no me llegaba al cerebro. No era capaz de pensar. ¿Qué pasaba ahora? ¿De repente todo se inundaría... y ya no habría nada que hacer? El agua, sin embargo, continuaba su lento ascenso, como si me estuviese ofreciendo la posibilidad de escapar de ella. Súbitamente, me moví. Mis manos temblorosas alcanzaron el pomo de la puerta y lo giraron con cierta dificultad. Salí del camarote trastabillando, y choqué con gente que iba y venía sin dejar de correr y gritar. Llantos, súplicas, alaridos de horror que sonaban lejanos y embotados en mis oídos. Me sumé a ellos sin el menor atisbo de autocontrol. ¿Derecha o izquierda? ¿Subir o bajar? Mi intuición me llevó por el camino más difícil. Hacia arriba, con los ojos como platos pero con los brazos extendidos, como si fuese invidente. Había recorrido ya varias veces aquellos pasillos, conocía el camino para subir a cubierta, y gracias a ello pude abrirme paso, pues la razón parecía haberme abandonado. Escaleras, multitudes, pasillos, y una inexorable enemiga persiguiéndome. De todos modos me zafé, y, finalmente, la gélida atmósfera me golpeó en el rostro, pero fueron los gritos, ahora plenamente audibles, los que me despertaron del letargo en el que me había sumido. La oscuridad sobre mí, la negrura bajo mis pies. Cerca, alguien anunció: "¡El último bote! ¡Se ha marchado el último bote!" Lo busqué con la vista, desesperada. Quizá aún estaba cerca. No vi ninguno. Una mujer lloraba abrazada a un hombre. Un niño perdido estaba inmóvil de la mano de su madre, con ojos horrorizados y lágrimas surcándole el rostro. Muchos hombres se precipitaban por la barandilla. Yo corrí, corrí hacia arriba. Escalando, dejándome las uñas en los tablones del suelo, que se levantaban cada vez más. Mis pies estaban astillados, la bilis subía por mi esófago, y a mi alrededor todos estaban ya muertos. Yo lo estaba. Sobrevivía solo para demorar lo inevitable. El agua, cada vez más agresiva, engullía todo el barco sin ningún esfuerzo. Bajo mis pies era todo muerte, dentro de mi gran tumba. El océano me esperaba, y jamás me dejaría ir. Cerca, cada vez más cerca. Sentía su aliento salado y su espuma que mordía y arrasaba. Aunque no había nada más a lo que agarrarse, mis dedos ensangrentados asían frenéticamente el aire. Chillidos de pánico se escapaban de mi garganta. Ya estaba aquí. De repente descendí todo lo que había subido. Hacia abajo, hacia abajo, mucho más abajo de lo que podría esperar, junto con un amasijo de acero, hierro y sangre, con un millar de vidas arrancadas. Tragaba agua sin parar. Me ardían los pulmones. Nadie oyó mi grito ahogado. Para cuando mi cuerpo salió a flote ya había muerto, y el mar estaba en calma.

15 Abril, 1912
02:20 a.m.


Inma*