Mi vida era completa. Tenía un
marido maravilloso, unos hijos estupendos, y, gracias a Dios, vivíamos tan bien
que nuestros pequeños siempre tendrían aquello que necesitasen. Vivíamos rodeados de lujo y fama,
y gracias a ello éramos tan felices. Mi familia, sin duda, era lo primero, pero
de no haber vivido tan cómodamente, ya antes de prometerme, me atrevería a
decir que ni mi marido estaría junto a mí, ni yo aceptaría criar a mis hijos en
un ambiente como el que acostumbraba a escuchar de boca de las cocineras. Ellas
eran esclavas de su propia vida. Por eso yo nunca protestaba. Además, ¿de qué
iba a quejarme si no podía pedir nada más? Todas las noches daba gracias al
Señor por haberme concedido tal felicidad.
Me encantaba pasear con mi marido,
mi John, ya fuera en actos oficiales como por diversión. Era tan atento
conmigo… Yo nunca hacía caso a los comentarios, porque sabía que no eran
verdad. Él me quería más de lo que nadie habría hecho jamás.
Esa tarde estábamos visitando Texas.
Lo recuerdo perfectamente. ¿Cómo podría olvidarlo? ¿Cómo podría olvidar el día
más triste de mi vida? Fue el día en que la muerte pasó tan cerca de mí que
sentí su aliento rozando mi nuca, noté su pesada capa acariciando mis brazos,
vislumbré el abismo por el que deseé caer segundos después. Yo saludaba a todo
el mundo y sonreía. Siempre sonreía, bien hacia los demás, bien únicamente en
mi interior. Sonreía porque estaba feliz. Lo miraba a él, y se le veía tan bien
como yo. Todo el mundo a nuestro alrededor nos aplaudía y gritaba nuestros
nombres, y nosotros nos debíamos a ellos, pero yo no podía apartar la vista de
John. Volví la cabeza y lo vi angustiado, se apretaba la garganta, y cuando me
acerqué a preguntarle qué ocurría, oí un fuerte estruendo y sentí su sangre
manchando mi cara. Yo grité, grité, y grité aterrada. Intenté salir del coche,
pedir ayuda, rezar por que no estuviese muerto, por que todo fuese una terrible
pesadilla. “Por favor, Señor, que esté bien, que esté vivo, que no sea nada,
Señor ayúdanos.” Giré la cabeza, buscando al asesino, buscando su arma,
pidiéndole silenciosamente que también me disparara a mí, que no se llevase a
mi John y me dejase a mí así… pero sólo vi a la multitud que gritaba, ahora de
espanto, de miedo, y que huía en todas direcciones.
Lo siguiente que recuerdo son esas
terribles pesadillas que no me abandonan. Y no sólo se presentan de noche. Veo
terribles seres en cada sombra, oigo disparos con cada portazo o cada vez que
algo cae al suelo. Siento la humedad de la sangre en mi cara cuando me aseo, y
nunca olvido esos ojos pidiéndome auxilio cada vez que cierro los ojos. Y lo
peor es que ya nunca podré volver a ser feliz.
Escribí este texto tras ver el vídeo de Lana del Rey, National Anthem, pensando en los dos personajes principales y la historia a la que se hace referencia. He tratado de ponerme en la piel de Jackie Kennedy, aunque desde un punto de vista bastante personal. Sólo espero que os guste :)
Inma**