lunes, 16 de julio de 2012

We both died


Mi vida era completa. Tenía un marido maravilloso, unos hijos estupendos, y, gracias a Dios, vivíamos tan bien que nuestros pequeños siempre tendrían aquello que necesitasen. Vivíamos rodeados de lujo y fama, y gracias a ello éramos tan felices. Mi familia, sin duda, era lo primero, pero de no haber vivido tan cómodamente, ya antes de prometerme, me atrevería a decir que ni mi marido estaría junto a mí, ni yo aceptaría criar a mis hijos en un ambiente como el que acostumbraba a escuchar de boca de las cocineras. Ellas eran esclavas de su propia vida. Por eso yo nunca protestaba. Además, ¿de qué iba a quejarme si no podía pedir nada más? Todas las noches daba gracias al Señor por haberme concedido tal felicidad.
Me encantaba pasear con mi marido, mi John, ya fuera en actos oficiales como por diversión. Era tan atento conmigo… Yo nunca hacía caso a los comentarios, porque sabía que no eran verdad. Él me quería más de lo que nadie habría hecho jamás.
Esa tarde estábamos visitando Texas. Lo recuerdo perfectamente. ¿Cómo podría olvidarlo? ¿Cómo podría olvidar el día más triste de mi vida? Fue el día en que la muerte pasó tan cerca de mí que sentí su aliento rozando mi nuca, noté su pesada capa acariciando mis brazos, vislumbré el abismo por el que deseé caer segundos después. Yo saludaba a todo el mundo y sonreía. Siempre sonreía, bien hacia los demás, bien únicamente en mi interior. Sonreía porque estaba feliz. Lo miraba a él, y se le veía tan bien como yo. Todo el mundo a nuestro alrededor nos aplaudía y gritaba nuestros nombres, y nosotros nos debíamos a ellos, pero yo no podía apartar la vista de John. Volví la cabeza y lo vi angustiado, se apretaba la garganta, y cuando me acerqué a preguntarle qué ocurría, oí un fuerte estruendo y sentí su sangre manchando mi cara. Yo grité, grité, y grité aterrada. Intenté salir del coche, pedir ayuda, rezar por que no estuviese muerto, por que todo fuese una terrible pesadilla. “Por favor, Señor, que esté bien, que esté vivo, que no sea nada, Señor ayúdanos.” Giré la cabeza, buscando al asesino, buscando su arma, pidiéndole silenciosamente que también me disparara a mí, que no se llevase a mi John y me dejase a mí así… pero sólo vi a la multitud que gritaba, ahora de espanto, de miedo, y que huía en todas direcciones.
Lo siguiente que recuerdo son esas terribles pesadillas que no me abandonan. Y no sólo se presentan de noche. Veo terribles seres en cada sombra, oigo disparos con cada portazo o cada vez que algo cae al suelo. Siento la humedad de la sangre en mi cara cuando me aseo, y nunca olvido esos ojos pidiéndome auxilio cada vez que cierro los ojos. Y lo peor es que ya nunca podré volver a ser feliz.


Escribí este texto tras ver el vídeo de Lana del Rey, National Anthem, pensando en los dos personajes principales y la historia a la que se hace referencia. He tratado de ponerme en la piel de Jackie Kennedy, aunque desde un punto de vista bastante personal. Sólo espero que os guste :)

                                                                                                                                          Inma**