Sus besos se quedaron tras aquella puerta, su sonrisa en el retrovisor, y su último abrazo, sólo en su recuerdo. Pero ese recuerdo era como un espejo, o como el cristal de una ventana por el que mirar cuando se sintiese sola a tantos kilómetros de distancia, y por el que poder verlo de nuevo. Se secó esa lágrima solitaria que le resbalaba por la mejilla y se aferró al volante intentando encontrar en el camino que se abría ante ella lo que había ido a buscar.
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