lunes, 6 de diciembre de 2010

Lust

La tensión era demasiado fuerte. Yo estaba que me subía por las paredes, y más tarde me dí cuenta de que no era la única. Me esfrozaba para que no se me notase, pero a la mínima se me iba la vista hacia él. Sin embargo, pensaba que él ni se había fijado en mí. Fue en el momento en que nos quedamos solos cuando la gota colmó el vaso, saltó la chispa, bueno, más bien, directamente explotó. No sé si fue él quien realizó el primer movimiento o fui yo, ya que mutua e inmediatamente nos seguimos el uno al otro. Pero, ¿cómo se llamaba? Al segundo beso me acordé. "Ah, sí". Memoricé cada lunar de su cuerpo, me aprendí el volumen de cada músculo, seguí el recorrido de las venas de su brazo y el de la línea de su espalda una y mil veces, acompasé el ritmo de su respiración, medí la fuerza de sus movimientos o grabé en mi piel su contacto casi antes de recordar su nombre. Nos complementábamos bien, extraordinariamente bien, mi cuerpo se adaptaba al suyo; encajábamos como en un puzzle, y ambos teníamos la sensación de que el otro era esa persona. Todo iba tan rápido que ni sabía dónde estábamos, nos metimos en el primer cuarto que encontramos en nuestro camino de ropa por el suelo. Pero daba igual. Daba igual el tiempo; que en cualquier momento alguien pudiese volver. Daba igual que prácticamente ni nos conociésemos, porque en breve él sería quien más me conocía. Yo ya no tenía conciencia de fechas ni de medidas, salvo la de la distancia entre él y yo, que, sin embargo, era aún demasiado grande. Por mucho que nos acercásemos, nunca sería suficiente. 
Ese día comprendí que el cielo existe, pero no hace falta morirse para alcanzarlo.


                                                                                                          Inma *

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